LA FRASE

"ME DICEN QUE ESTÁ VINIENDO PARA ACÁ EL MINISTRO CAPUTO, ASÍ QUE TRÁIGANME ESA REMERA QUE DICE "NO HAY PLATA"." (KRISTALINA GEORGIEVA)

lunes, 28 de noviembre de 2011

LA HISTORIA Y LOS RELATOS


Por Raúl Degrossi


Más allá de si es un acierto o no poner al frente del organismo a Pacho O´Donnell, siendo que lo forman otros historiades de la talla de Hugo Chumbita, es interesante (y reveladora) la reacción del diario de Magnetto, y de algunos historiadores "de la academia", como Hilda Sábato, que opina en la nota.

Como tan bien lo señalara Arturo Jauretche, en la Argentina se hizo una verdadera "política de la historia": la falsificación de la historia no fue una simple disputa académica (que por lo demás nunca fue tal, en tanto la historia novelada del mitrismo fue científicamente superada hace más de un siglo), sino una pedagogía política puesta al servicio de un "relato" (palabra que ahora molesta a Clarín), el de los vencedores de Caseros.

Cuando Cristina dice en Obligado que al país le fue como le fue porque en Caseros ganaron los que ganaron, y lo compara con lo que pasó en EEUU con la guerra de Secesión, no sólo revela que es una lectora fiel de Jauretche: da en la tecla de una de las claves fundamentales de nuestro desarrollo histórico.

Nada indicaba que las cosas tuvieran que ser -forzosamente- como fueron, pero en cierto modo el desarrollo de la Argentina posterior al 3 de febrero de 1852 tuvo que ver con una matriz mental -plasmada en la Constitución de 1853-, y con un complejo de inferioridad mental inducido, donde todo rasgo identitario de afirmación nacional -como el combate de Obligado- fue escrupulosamente borrado de la historia argentina: las "Bases" de Alberdi lo dijeron con claridad, no era tiempo de héroes de la espada, sino del comercio.

En trazos gruesos, allá triunfó la visión industrialista, proteccionista, de un país desarrollado a partir de un mercado interno, que derrotó a la economía de plantación y monocultivo, sustentada en la mano de obra esclava, y que producía algodón para los telares ingleses. Acá -aunque Rosas mismo fuera ganadero, representada quizás a la fracción más auténticamente emprendedora de su clase- sucedió todo lo contrario.  

El despotismo turco (la expresión es del mismo Alberdi) ejercido por Mitre en la edificación del relato de la Argentina oficial (concebida como la única posible) presidió algo más que la versión de la historia del país que la clase dirigente propagaba: generó el trasfondo cultural desde el cual el país era interpretado, y que a su vez permitía mantener en estado vegetativo las energías que podían otorgarle un destino distinto que el de la feliz granja colonial del imperio.

El revisionismo histórico abrió grietas en ese muro (construído por décadas por Mitre, Groussac y sus herederos, a izquierda y derecha) en el plano de la investigación historiográfica, pero no logró cuajar sus ideas en un proyecto político hasta el advenimiento del peronismo: en el radicalismo de Yrigoyen el recuerdo de la "verdadera historia" era más bien una percepción personal del Peludo, que un credo ideológico del partido; que en buena medida tributaba al programa de la Constitución de 1853, cuyo cumplimiento escrupuloso exigía a los arquitectos del fraude electoral.

Andando el tiempo hasta hoy, estos tiempos de recuperación del debate político que vive la Argentina (aun con la tosquedad promedio que se ve en el abordaje de los temas) reactivan el interés social y político de la disputa por el relato; y si no que lo diga el mismo Clarín, que desde su colosal despliegue de medios fue construyendo una plataforma de ideas que vendió (con éxito, por cierto) como la expresión del sentido común del argentino promedio, cuando no eran más que el camuflaje de la defensa de sus propios y concretos intereses.

De uno y otro lado de la disputa, se zigzaguea en asignarle o no relevancia política a esa disputa por el sentido, y se pasa de considerarla un día trascendental y dirimente, a irrelevante en términos políticos al siguiente.

Pero lo cierto es que la disputa existe y está planteada; y la discusión por lo que fuimos como país (nuestra historia), no es sino un capítulo más de la disputa de lo que queremos ser; y esa tensión explica las reacciones exacerbadas que generan iniciativas como la creación del instituto del que habla la nota.

No escaldado aun por el estruendoso fracaso de su intento por incidir en el plano electoral que reveló el resultado del 23 de octubre, el diario de los dueños de Papel Prensa (otro ejemplo claro de los beneficios concretos que trae el ocultamiento y la mistificación de la historia) alza la guardia toda vez que además, cree amenazado su "relato" del devenir político nacional; aunque no tenga -como su socio La Nación- la misión de ser el albacea testamentario de la herencia de Mitre.

Y en ese tren, nunca le faltarán aliados en apariencia progresistas y bien intencionados como Hilda Sábato, de esa generación de historiadores que tributan a Tulio Halperín Donghi y José Luis Romero; los máximos exponentes del aggiornamiento metodológico y de expresión del viejo mandarinato mitrista.

No se trata -como con fingida ingenuidad plantea Hilda Sábato- de que determinados personajes históricos hayan o no sibo abordados por la academia en los últimos años; si no existe en muchos de esos abordajes la real intención de revisitar la historia argentina con seriedad científica, pero con el intento de aportar a la comprensión y la construcción del país real.

De lo contrario se obvia un detalle central: la historia es la política del pasado, y las categorías que aplicamos al presente (factores de poder, intereses en disputa, climas de época) no sólo le caben a ese pasado para entenderlo cabalmente como objeto de disección científica, sino para entender en que medida proyecta sus líneas al presente.  

Porque cuando se insiste en revisar la historia (no sólo y ya no tanto desde una pura perspectiva académica o científica, sino de su proyección política y social), en rigor lo que se plantea es una disputa por el sentido; y es allí donde a algunos les molesta sobremanera que ciertas verdades indiscutidas por año, sean cuando menos puestas en duda: algo parecido a lo que sucede en cierto periodismo como Lanata, que gozó hasta hoy de un prestigio que se reveló en buena parte inmerecido.

El peso de las diferentes tradiciones históricas e historiográficas (esos "relatos", con las comillas que prefiere Clarín) en los alineamientos y tomas de posiciones de la discusión política cotidiana es algo no frecuentemente dimensionado en su justa medida; y algo que (si se lo profundizase) brindaría claves de comprensión de muchos hechos políticos que -a primera vista- parecen incomprensibles, o carentes de toda lógica, como por ejemplo la divisoria de aguas que se dio durante el conflicto por las retenciones móviles. 

Cualquiera sea la incidencia que se le asigne a la construcción de un relato en las determinaciones políticas de una sociedad, cierto es que un movimiento político se consolida en el rol gravitante del sistema (como le pasa al kirchnerismo) cuando logra en cierto punto imponer el propio.

Alguien dirá: si la economía no funcionase correctamente y produjese resultados que se pueden medir, la credibilidad del relato se vendría abajo, si es que alguna vez estuvo en alto, o determinó los comportamientos políticos de la sociedad; y muy probablemente estará en lo cierto.

Tanto como que los procesos políticos requieren de elementos ordenadores, propios del discurso político, que le dan coherencia y sentido a sus acciones, y crean una cierta mística social en torno a ellas: es allí donde el kirchnerismo se ha revelado eficaz, particularmente en determinados sectores (como los jóvenes); y en algunos casos más allá de sus propias realizaciones concretas en cada plano.

Y eso es percibido por los "dueños" de la historia (que como decía Rodolfo Walsh, son los dueños de todas las demás cosas) como un peligro potencial, con lo que se llega al absurdo que se cuestiona la supuesta (o real) intención de construir un relato histórico "oficial" (urdido desde el aparato del Estado), en nombre de un pluralismo que jamás ha existido, menos en la lectura de la historia política argentina.

Y tan cierto es que la historia se resignifica en clave política presente, que el temor es que el 54,11 % de Cristina (construido a partir de hechos palpables de gestión) termine validando políticamente un relato histórico que cuestiona muchos de los supuestos culturales centrales de más de un siglo y medio del devenir de la Argentina, y se convierta a su vez en la plataforma de desarrollo de fases más progresivas de un proceso de cambio.

Lo que se dice una disputa un poco más compleja y trascendente que la visión que alguna escuela historiográfica puede tener de tal o cual personaje de la historia argentina. 

Actualización: Demostrando donde hay en realidad "pensamiento único" y "transmisión en cadena", en el diario que Mitre dejó de guardaespaldas (como decía Homero Manzi) reaccionan indignados historiadores cama adentro de la oligarquía como María Sáenz Quesada, y la infaltable opinión de Betty Sarlo, que como siempre (o casi siempre) le erra como a las peras, y mezcla todo, pongámosle Jorge Abelardo Ramos con los hermanos Irazusta; lo que confirma su pertenencia (gustosa, habrá que decir) al panteón de las vacas sagradas del liberalismo.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ex-ce-len-te el post "La Historia y los Relatos". De primera.
Le doy un año a cualquier historiador oficial para refutarlo, pero....
difícil que el chancho chifle.

El Colo