LA FRASE

"AEROLÍNEAS ARGENTINAS NO DEPENDE DE MI CARTERA, ASÍ QUE NO VEO POR QUÉ MOTIVO ME VESTIRÍA DE AZAFATA." (LUIS PETRI)

jueves, 29 de diciembre de 2011

LA REPÚBLICA PERDIDA DEL PROFESOR ROMERO


 Por Raúl Degrossi

Al parecer acicateado por el renovado debate con los revisionistas, Luis Alberto Romero ha decidido salir seguido a la palestra aportando su saber al relato opositor, disfrazado de contrahegemónico; y como si implícitamente tomara postura en la disputa de Moyano con el gobierno por el peronómetro, traza permanentes simulitudes entre el gobierno de Cristina y el peronismo histórico, como en ésta columna publicada en La Nación

No me interesa detenerme en el análisis político que hace Romero de la actualidad, sino en las referencias históricas del artículo, porque son muy reveladoras de una manera de interpretar el pasado; sobre todo ahora en que, desde una óptica pretendidamente científica y objetiva, despojada de la pasión política, se cuestiona el supuesto intento del gobierno por imponer un "relato oficial" de la historia argentina.
 
Dice Romero: "La Constitución de 1853 consagró, junto con las libertades básicas, la forma republicana de gobierno. El núcleo del régimen republicano se halla en la división de poderes, y se fundamenta en la soberanía de la ley, verdadera Arca de la Alianza de nuestro contrato político. La Constitución fija una meta y un ideal, al que el país se aproximó razonablemente en la segunda mitad del siglo XIX. Restémosle el ejercicio de fuerza que un Estado apenas en gestación hizo para consolidarse y afirmar su monopolio de la violencia. Restémosle, quizá, la cuota de presidencialismo que desde Roca se agregó a un régimen que ya era presidencial. Fuera de eso, el saldo sigue siendo favorable: el régimen resultante fue republicano."

Probablemente apremiado por el espacio de la columna, simplifica con un trazo de brocha gorda sesenta años de historia argentina, porque  "el ejercicio de fuerza que un Estado apenas en gestación hizo para consolidarse y afirmar su monopolio de la violencia" no debe restarse al modelo diseñado por la Constitución de 1853 -como propone Romero- porque está en su propia naturaleza: ese modelo lo pensó Alberdi, pero lo construyeron Mitre y Sarmiento (sobre todo después de Pavón), avasallando las resistencias interiores a sangre y fuego -lo que involucró el genocidio del Paraguay en complicidad con Brasil- de un modo ciertamente poco republicano; pero altamente funcional a los intereses del régimen dominante, que sin ese despliegue de la fuerza (anterior al de Roca en la Campaña al Desierto) no hubiera podido consolidar su poder.

Y es curioso que Romero reivindique la Constitución del 53' y reniegue del presidencialismo exacerbado de Roca, porque fue el propio Alberdi (el padre intelectual del texto constitucional) el que le dedicó a ese poder (al que llamaba "gobierno") las tres cuartas partes de sus "Bases"; y el que consideró hacia el final de sus días a Roca -por su modo de ejercer el poder presidencial- como el verdadero intérprete del espíritu constitucional.

Toma nota Romero del hecho conocido de que la república liberal que añora, se fundaba en la práctica sistemática del fraude electoral (de hecho, la Constitución no lo alentaba pero nada hacía para impedirlo, y las cuestiones democráticas le eran ajenas, por aquello de "el pueblo no delibera ni gobierna de su artículo 22); y luego de la mención correspondiente de la reforma electoral de Sáenz Peña acota que "el aluvión ciudadano y las nuevas prácticas políticas pusieron en tensión el régimen republicano y lo hicieron chirriar".

Claro profesor, no podía esperarse otra cosa porque ese régimen republicano que usted venera y añora no estaba pensado, sencillamente, para ningún aluvión ciudadano; como que estableció la elección indirecta del presidente (el cargo más importante de todos, según el mismo Alberdi), y promovía la masiva afluencia de inmigrantes que cambiarían nuestras costumbres (y no se molestaban en nacionalizarse para votar); en consonancia con el "Dogma Socialista" de Echeverría (para que vean que no fue Binner el primero en vaciar de contenido a la palabra "socialismo")  y su curiosa idea de la soberanía popular, y el "Facundo" de Sarmiento, verdadero texto fundante de la pedagogía política del nuevo Estado, mucho más que las mismas "Bases" de Alberdi.   

Acusa Romero a Yrigoyen de "maltratar un poco las instituciones existentes" y decretar "intervenciones federales hasta un día antes o un día después de los períodos de sesiones", obviando el hecho elemental de que ese Congreso (al que Romero dice que el Peludo "ninguneaba") era un asamblea de fraudulentos; razón por la cual el líder radical (que ensayaba una tras otra tentativa revolucionaria con apoyo militar, y descreía de las intenciones del régimen al ofrecer una salida electoral) no le reconocía legitimidad (y ciertamente no la tenía) para cumplir el rol que le asignaba la Constitución. 

Curiosamente (o no tanto) acto seguido en su racconto de la historia nacional, se zambulle Romero en la época peronista, obviando la tristemente célebre "Decada Infame": al parecer nada hay que objetar de los años de "fraude patriótico" sistemáticamente ejercido para impedir la libre expresión de la voluntad popular, porque el Congreso funcionaba, y hasta existía una ficción de debate y participación opositora: Alfredo Palacios podía decir sus encendidos discursos citando a los clásicos, y Lisandro De La Torre investigar las maniobras de los frigoríficos ingleses, jugando al Parlamento inglés en un país semi colonial.

Y es claro que la sustracción de ese período no es casual, sino que responde a las convicciones íntimas de Romero, que ubica en el ascenso del peronismo al poder, el fin de la República en la Argentina; que sólo volvería en 1983 con Alfonsín. 

Queda así el peronismo en la incómoda compañía de las dictaduras, que vaya uno a saber por que no comprendieron las afinidades que lo unían con él (de acuerdo al fresco que pinta Romero) y se empeñaban en voltearlo cada vez que era gobierno, y en no permitirle participar en elecciones libres, mientras tanto.

Este pobre -y bastante simplista, por cierto- discurso "institucionalista" (credo oficial del Estado en la primavera alfonsinista, a la que Romero añora) queda expuesto con crudeza en éste párrafo: "Desde entonces y hasta 1983 las instituciones republicanas no se recuperaron. Las dictaduras militares, además de ignorarlas, trabajaron por la "unidad de discurso". Los breves regímenes constitucionales -con la excepción del de Illia, un oasis en el desierto- le dieron poca relevancia al Congreso (aún con cómodas mayorías) y prefirieron negociar con los factores de poder reales: las Fuerzas Armadas, los sindicatos, los empresarios, la Iglesia.".

Cabría preguntarle a Romero por que razón una dictadura se preocuparía por prestarle atención a las instituciones republicanas, cuando es justamente la negación de la República; y habría que informarle además que las dictaduras en la Argentina hicieron cosas algo más graves que ignorar la división de poderes y el rol del Congreso; aunque él como historiador no debería ignorarlo.

Como no debería ignorar que el "oasis en el desierto" de Illía también se sustentó en la proscripción electoral del peronismo, y que fue ese mismo gobierno el que se empeñó (bajo presión militar, pero con la convicción gorila de su canciller Zavala Ortíz, ex aviador del 55') en impedirle a Perón el regreso al país en 1964. Probablemente porque hubiera generado (en palabras de Romero) "un aluvión que hubiera hecho chirrirar al sistema republicano".

Sorprende en el contexto (viniendo de un autodenominado exponente de la "historia social") la contraposición entre el Congreso y los factores de poder "reales" (empresarios, sindicatos, fuerzas armadas, iglesia); porque pensar que el Congreso como tal (es decir el Poder Legislativo pensado por la Constitución) sea un "poder" más allá de la divisoria trazada por Montesquieu a mediados del siglo XVIII, tiene bastante olor a naftalina; por no decir que se saltea la presencia de actores sí que fundamentales del proceso político como los partidos.

En el relato de Romero todo se dirime en el tablero de la disputa por respetar o no los valores republicanos (o lo que él entiende por eso): no hay fuerzas sociales en pugna, no hay intereses económicos, no hay disputa por la renta o el modelo de desarrollo, no hay cambios sociales; no hay nuevos actores reclamando participar de la representación política, ni viejos o perpetuos actores intentando una y otra vez hegemonizarla.

Las instituciones de la República (nacidas al parecer de un repollo, sin anclaje alguno con el contexto histórico político) serían mágicas, y capaces de absorber todas esas complejidades. si el Congreso funciona correctamente y se reúne y los legisladores debaten ampliamente, todo tiene solución, o mejor aun: no existen los problemas. 

Justamente de esa concepción "republicana" (aunque anterior a la Revolución Francesa, no digamos ya a los profundos cambios sociales del siglo XX) es hija la zoncera de cuestionar (como también lo hace Romero en la nota, en referencia al primer peronismo) que el Poder Ejecutivo imponga sus proyectos en el Congreso, valiéndose para eso de sus mayorías legislativas cuando las consigue.

Campea en la palabra de Romero aquélla "república perdida" de Luis Gregorich (primero libro y luego película), que fue como dije el credo político oficial de Alfonsín hasta su muerte; y que reconoce orígenes mas antiguos aun dentro del propio radicalismo: la vertiente representada por Mitre y Alem (idealista y bastante en las nubes de Ubeda de la política real, aunque el primero fuera alguien que ejerció el poder con decisión en su momento), y contrapuesta con la visión más pragmática de Yrigoyen, que no casualmente se entendía mejor con Roca, que con muchos hombres de su partido. 

Sólo desde allí se puede entender que Romero homologue el efecto que tuvieron sobre el Estado las políticas impulsadas por el menemismo desde 1989, con las que caracterizan al proceso abierto por Néstor Kirchner en el 2003.

Aunque en la prolija operación que intenta Romero por descarnar la historia, al final se le terminan viendo las patas a la sota: primero le saca a la democracia y la voluntad popular a la república (si están contrapuestas, no hay síntesis posible y es preferible que impere la segunda, aunque haya que negar la primera, parece decirnos el profesor); y luego le saca el "gobierno" (que sería una especie de demonio íncubo dispuesto a deslofrar al Estado) al "Estado" (una criatura mítica creada por el orden juríidico, al parecer no atravesada por ninguna otra determinación compleja de la realidad, según Romero).

Y queda entonces (apelando a San Agustín, citado por Benedicto XVI) una "gran banda de bandidos"; nos dice el profesor; con una cercanía -para nada sorprendente- con el discurso moralista de Lilita Carrió, una brújula poco confiable si de tratar de entender procesos históricos va la cosa.

Curioso: aunque hablando del advenimiento del radicalismo, Romero casi reprodujo la tristemente célebre expresión "aluvión zoológico" que hiciera famoso a aquel oscuro diputado radical -Ernesto Sammartino-, que también decía que los peronistas -como Panurgo- conocían las mil y una formas del hurto.

Lo que hace pensar si estamos en presencia de un cúmulo de actos fallidos, o tiene Romero una auténtica afinidad espiritual con ciertos sectores, que lo llevaría a lamentar la pérdida de la república; pero más todavía la muerte de la mona Chita.  

1 comentario:

daniel z dijo...

Coincido plenamente,lo de Romero en esta columna es casi autoincriminatorio.El tipo se quedo en el `55.