LA FRASE

"ELCOMITÉ DE CRISIS POR LA GUERRA EN MEDIO ORIENTE LO DISOLVÍ AL DÍA SIGUIENTE DE CREARLO PARA QUE VEAN QUE VOY EN SERIO CON LO DE ACHICAR EL ESTADO." (JAVIER MILEI)

lunes, 19 de agosto de 2013

MOCCA FACILITA EL TRABAJO


Esta excelente nota de Edgardo Mocca en Página 12 de ayer sobre los dichos de Cristina en Tecnópolis permite ahorrarse buena parte del trabajo para ahondar la reflexión sobre la cuestión de los "titulares y suplentes"; esbozada en éste post.

Tal como lo dice el título de la nota, Mocca analiza con agudeza las relaciones entre los procesos electorales, las corporaciones y el debate político.

Un plantea que no procura escamotear el necesario análisis de los resultados electorales buscando indagar las causas del voto, ni la autocrítica reflexiva del kirchnerismo para evaluar que se ha hecho mal, o que se debería hacer mejor para que las cosas cambien en octubre; sino que está planteando una discusión más de fondo, que tiene que ver con la direccionalidad y el sentido del proceso democrático, y su grado de profundidad.

Es más, demos por sentada la hipótesis del "fin de ciclo" kirchnerista y partamos desde allí para encarar el debate que propone Mocca, dejando en un segundo plano las especulaciones sobre como se resuelve la sucesión de Cristina, dentro y fuera del oficialismo.

Tal como lo dice el propio Mocca, las tensiones entre el sistema político institucional y las corporaciones económicas (lo que no excluye otros sectores con comportamientos corporativos, como los que evidenció el Poder Judicial en la reciente discusión por la democratización de la justicia) no son nuevas en nuestra historia: por el contrario la atraviesan desde sus orígenes o al menos, desde nuestra organización constitucional; y son -si no la única- la principal causa de nuestra inestabilidad institucional anterior al 83', y de nuestras crisis recurrentes desde entonces.

Los poderes corporativos no van a elecciones, pero leen los resultados, y del mismo modo que pretenden ignorarlos (disociando política de economía) cuando contribuyen a fortalecer un proceso político del que recelan (como pasó con el 54 % de Cristina), los utilizarán en su beneficio cuando puedan, como seguramente pasará con las cifras que arrojaron las PASO.

Con la excepción de la izquierda, el resto de las fuerzas políticas argentinas (oficialistas y opositores) no plantean salirse de los marcos del capitalismo, y traduciendo eso en términos electorales, podríamos decir que el 95 % de los argentinos desean vivir bajo ese sistema; claro que no todos están de acuerdo (ni los partidos. ni sus electores) en que tipo de capitalismo, con que modelo de acumulación, con que límites o regulaciones por parte del Estado, o como se asignan los beneficios.

Y por otro lado todos los proyectos políticos que han gobernado la Argentina (por métodos democráticos o  no) han tenido alianzas implícitas o explícitas con los poderes económicos, o por lo menos con una fracción de ellos: pasó incluso con el peronismo original, y sucede con el kirchnerismo. Del mismo modo (o como consecuencia de esas alianzas) sus políticas benefician objetivamente a algunos grupos, muchas veces en detrimento de otros que forman parte del mismo bloque del poder económico. 

A su vez la dinámica propia de los modelos de acumulación y desarrollo determina que haya sectores del poder económico que se beneficien objetivamente con las políticas desplegadas durante un determinado proceso, pero lo impugnen políticamente en forma frontal, desde la pura lógica capitalista que tiende a maximizar la ganancia.

De allí que lo que muchos (a veces hasta nosotros mismos) critican como insuficiencia de determinadas políticas (las famosas "asignaturas pendientes") o tibios avances, sean visualizadas por el poder económico como intromisiones intolerables de la política y de lo público en su esfera.

Un caso típico es el del "campo": el kirchnerismo intentó imponer en el 2008 retenciones móviles (una medida sensata, racional y elemental) pero fracasó tras un prolongado conflicto, con los cual las retenciones a la soja quedaron fijas en una alícuota del 35 %; pero desde entonces las patronales del campo (y no pocos dirigentes opositores, desde Binner a Macri pasando por Duhalde o Barletta) vienen planteando que sean reducidas o eliminadas.

Recordemos que tras la crisis del 2001 Duhalde las había fijado en un 5 %, y luego Kirchner las fue subiendo durante su gobierno hasta llegar al 35 % tras el triunfo de Cristina en el 2007: ni el kirchnerismo ni los opositores cuestionan a fondo el modelo de agronegocios, pero la divergencia está en quienes captan y como se distribuyen los beneficios que genera.

Las patronales del campo "aceptaron" el 5 % de Duhalde (justo cuando, devaluación mediante, sus ganancias crecían sideralmente) como una "contribución solidaria" para ayudar a salir de la crisis, pero protagonizaron una virtual asonada contra el poder democrático cuando éste pretendió armonizar sus ganancias, con una dirección más inclusiva del proceso de acumulación. 

La respuesta del grueso de la dirigencia política entonces (con las honrosas excepciones del caso, alineada con las patronales agropecuarias) explica por vía de ejemplo lo que apunta Mocca en el artículo.   

Tomemos otro ejemplo más actual, y de directa incidencia en los resultados electorales del domingo 14, como lo es la inflación: poca duda cabe de que la pérdida de votos del kirchnerismo entre los sectores populares está vinculada a los aumentos de precios de productos básicos de la canasta familiar, que forman parte del consumo diario de las familias.

Y si bien no se puede subestimar el daño electoral que causa la credibilidad de la palabra oficial a partir de la intervención del INDEC, lo real es que repercute más la falta de medidas adecuadas para contener en forma efectiva el alza de los precios.

La inflación fue uno de los caballitos de batalla de los discursos opositores en campaña, pero en modo de apuntar simplemente el problema (a lo cual aportó que el gobierno pretendiera disimularlo), casi en términos de análisis sicológico: "si no empezamos por reconocer el problema, no lo podremos resolver", o algo por el estilo, es el latiguillo dominante.  

Y sin entrar en un debate académico sobre las reales causas de la inflación, se puede observar que la misma dirigencia opositora que apunta el problema (que sin dudas existe) reclama al mismo tiempo disminuir o eliminar las retenciones a las exportaciones agropecuarias, disminuir los subsidios a los servicios públicos (o sea, aumentar las tarifas) o superar los problemas de pérdida de competividad por la apreciación cambiaria, es decir, devaluar.    

Cuestiones todas que, además de ser objetivamente potenciales alimentadores del proceso inflacionario, expresan demandas de los grupos más concentrados del poder económico, con lo que el falseamiento del debate que plantea Mocca se expone en toda su crudeza: buena parte de la dirigencia opositora acumula electoralmente a partir de criticar la inflación; mientras se ofrece a vehiculizar (aun a media lengua) demandas del poder económico, que no harán sino alimentarla; además de omitir toda referencia concreta a las responsabilidades concretas de esos mismos sectores (entre los que se encuentran los principales formadores de precios) en la generación de la inflación.

Todos los análisis sobre las causas del voto popular en las PASO son admisibles y más o menos valederos, del mismo modo que no se puede privar a nadie de ensayar su propia lectura a futuro del devenir político de cara a las presidenciales del 2015.

Pero un interrogante más importante de cara a ese mismo futuro (y que deberán empezar a develar, más tarde o más temprano, los presidenciables oficialistas y opositores), es como se procesarán esas tensiones entre la lógica propia del sistema político y los calendarios electorales, y la del poder económico y su pliego de demandas.

Que por lo menos desde el golpe del 76' (profundizado luego en el menemismo, y en cierto punto también en la post convertibilidad) vienen funcionando con lógicas divergentes: mientras el sistema de representación política tiende en forma constante a la fragmentación, el poder económico tiende a concentrarse en cada vez más pocas y poderosas manos, tejiendo vínculos de negocios que establecen solidaridades de intereses donde antes existían pujas e intereses contrapuestos; grietas que el poder político podía explotar para avanzar. 

Y esa lógica divergente se expresa también en tiempos de crisis sistémica, como acontecía antes con los golpes de Estado, y como sucedió en 1989 y 2001: es entonces, cuando la política se sacude y las instituciones tambalean en el borde del abismo para sostener al menos la institucionalidad democrática, cuando los poderes económicos logran imponer políticas de shock que les permiten acumular tasas exhorbitantes de ganancias que añoran luego, cuando retorna la normalidad.

Aun cuando en esos tiempos (como en la década kirchnerista) esas mismas tasas de ganancia (la famosa "competitividad") siga siendo extremadamente alta; aun medida en términos internacionales. Sin caer en paranoias (porque aun con los resultados de las PASO la gobernabilidad no está en juego en lo inmediato, aunque algunos trabajen a diario para comprometerla), son referencias concretas del pasado para tener en cuenta.

La instrumentación técnica de un eventual programa de gobierno a futuro (las famosas "propuestas") están hoy ausentes del debate político porque no son sino la consecuencia de las respuestas que se den al dilema político que plantea Mocca; respuestas que seguramente cada una de las fuerzas políticas ya tiene.

Esas mismas respuestas, dadas desde el gobierno, darán el tono de lo que resta de gestión hasta diciembre del 2015: a eso apuntaba Cristina el otro día en Tecnópolis, cuando decía para que para hacer determinadas cosas, no contaran con ella. 

Y el hecho de que muchos (reviviendo implícitamente el famoso teorema de Baglini) le esquiven el bulto a un debate planteado en esos términos no es para nada tranquilizador respecto del futuro de nuestra democracia, con o sin el kirchnerismo; o más allá de él. 

Menos todavía cuando se prestan a amplificar acríticamente ciertas operaciones abiertamente destituyentes (como las que corporiza Lanata, pieza central de la estrategia de Clarín), como otra forma más de rehuir ese debate de fondo: sobran los antecedentes en nuestra historia política de que los beneficiarios del desgaste de la política por las usinas del poder económico de hoy, pasan a ser los perjudicados de mañana; cuando ya dejaron de ser útiles. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este gobierno, que ha producido una redistribución de ingresos histórica en favor de los asalariados, en la medida que mantenga su política de producción, crecimiento, empleo y demanda, va generando un mercado cada vez mayor y por lo tanto más apetecible para los grandes grupos económicos. Locales y extranjeros.
¿A quien le interesaba el mercado interno argentino cuando De la Rúa se fugaba en helicóptero?
Diez años después, con una economía fuerte, un alto nivel de salarios en la población y por lo tanto, una alta demanda interna,la cosa está apetecible.
Por maximizar ganancias son capaces de cualquier cosa.
Hay que dormir con un ojo abierto.
El Colo.